Dedicada a don Pepe Figueres (yo sé, random; pero ya verán).
A todo tico o tica que ha viajado le ha sucedido. Ese momento esperado, donde olfateamos la posibilidad de rajar, poco a poco inflamos el pecho, hasta que finalmente lo dejamos salir con todo el nacionalismo y orgullo apaciguado como si fuéramos el hijo de Franklin Chang y Hannah Gabriels: “¡En Costa Rica no hay ejército!”. Intentamos frenar una sonrisa, frenar los pensamientos de todos los otros mil y un defectos que tiene nuestro amado país. Todo ante el dato que más nos diferencia del resto del mundo. “Reaaaaallyyyyy? That’s amazing!” es a menudo la respuesta. Nuestro pecho de paloma finalmente se desinfla, y si son como yo, pasamos a echarnos una hablada semi-acertada sobre los hechos históricos que involucra el Museo Nacional, Pepe Figueres, y una breve descripción de la belleza de Ochomogo. Discutir este tema se ha vuelto el status quo en mis viajes, y quizá por eso me sorprendió cuando lo escuché de otra boca.
Estaba filmando un documental sobre Seedballs en Kenia, una revolucionaria tecnología de reforestación inventada por un personaje llamada Teddy Kynjanjui, un gordito genio que cultiva marihuana en su techo e inventa cosas increíbles. Todo sucedió cuando llegamos al último punto de filmación del día con miembros de la tribu Samburu, una comunidad particularmente vulnerable a la desertificación de la zona. Luego de unas entrevistas sobre la rivalidad con tribus vecinas y otras tomas de actividades tradicionales, el jefe de la tribu entró a su choza nómada, y manifestó lo que sólo puedo describir como un milagro: tres cervezas frías, símbolo internacional de “es hora de relajasen”.
Teddy procedió entonces a brindar en Swahili, y luego a abordar con documentación casi histórica cuanto dato le había compartido horas antes sobre la abolición del ejército tico en 1948. La quema de las papeletas, la batalla de Ochomogo, don Otilio y el interés político de don Pepe; el momento se tornaba surreal con cada segundo de realización sobre la profunda globalización que mi vida representaba en ese momento. He aquí un tico, un keniano y un líder tribal nómada discutiendo sobre los hechos ocurridos 70 años atrás en un montículo de tierra cerca de Cartago. Y justo cuando mi cabeza no podía digerir más, llegó el momento de la explosión. El jefe, cuyo nombre odio no recordar–maldita memoria visual y no auditiva–entró de vuelta a su choza, y sacó una Kalashnikov AK-47, que puso en el suelo frente a mí. Hasta entonces, yo imaginaba las batallas tribales con lanzas y escudos, jamás con ametralladoras. Entonces retiró el magasin, sacó una bala, y con la paz de alguien que ve pasar el tiempo en temporadas, hizo un hueco donde la enterró / enterró la misma. Y dijo: “Unfortunately, we have had to resort to violence for our survival. But in honor of your country, I shall fire one less bullet.” “Desafortunadamente, nosotros hemos recurrido a la violencia para sobrevivir. Pero en honor a su país, dispararé una bala menos.”
Minutos más tarde, luego de una calurosa despedida con el jefe de la tribu; Teddy, cagado de risa me dijo:
“Shit, I didn’t see that one coming.”
¡Cuanto subestimamos los privilegios de nacer en un país sin ejército! Nadie de nuestra generación siquiera movió un dedo en ese histórico hecho, por ende lo damos por sentado. Pues por mi parte desde entonces, más que nunca siento compromiso a honrar ese privilegio y reconocerlo, no con golpes en el pecho de orgullo sobre algo en lo cual no participé, sino con la humildad de recordar que alguien lo hizo y sin querer queriendo, me facilitó nacer en un lugar donde la guerra no es más que un lejano recuerdo.