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Unite a un viaje

junio 29, 2020

Chifrijo en NZ

Sebas Castro

Es primero de diciembre. Casi 70 años atrás se abolió el ejército en Costa Rica. Pero este grupo de ticos y ticas está muy lejos de casa. Específicamente, estamos en Moeraki; una desolada playa conocida por las cientos de misteriosas y gigantes piedras redondas que decoran su arena, sin aparente razón geológica. Es también una de las últimas noches del recorrido de dos semanas que nos ha llevado a recorrer este maravilloso país de una decena de antes extraños, ahora buenos amigos. Bastan unas miradas cómplices para tomar la decisión de que hoy, toca celebrar. Celebrar el hecho de no tener ejército, celebrar el privilegio de estar ahí…y para lograrlo con justicia, necesitaríamos tres elementos claves: chifrijo, ceviche y chili guaros. 

Divididos en equipos, comenzamos a planear la ambiciosa tarea de cocinar platos típicos en el destino más lejano imaginable, con ingredientes improvisados, preparados nada más y nada menos que en la limitadísima cocina instalada en la parte trasera del bus. Cuando me doy cuenta, Ricardo–banquero en su segundo viaje con Wondermore– está exprimiendo decenas de limones para el ceviche, Andrés–totalmente metido en personaje de chef pasivo agresivo–se encuentra sumida en su fritanga de posta de cerdo, y yo me encuentro improvisando el chili guaro con ron blanco, tabasco y limones dulces. El resto de extranjeros mira con cierta incredulidad la orquesta de cantos desafinados, bailes improvisados y actitud de este misterioso y exótico grupo de costarricenses. Hasta que una noticia amenaza con traerse todo abajo. No hay cebollas.

Con la determinación de Pepe Figueres, ofrecí casi con eco heróico: “¡yo me encargo!” Minutos después y de la mano de mi botella de agua llena de ron con chile, caminaba bajo el abrasador sol durante un kilómetro, con la esperanza de no tener que recorrer los kilómetros hasta el más cercano super. Y entonces los vi, mis inminentes salvatandas. Dos señores de aproximadamente 75 años, disfrutando de un día como cualquier otro, apunto de ser interrumpidos. La conversación que prosiguió resultó en que en cuestión de menos de tres minutos, los tres–sí, los dos viejitos y yo–estábamos compartiendo shots de ‘chiliguarron’ a las 3 de la tarde cagados de risa, para que a continuación me entregaran las tres cebollas más preciadas de mi vida. Sin duda, el intercambio más memorable en la historia de esa región. 

“yo no envidio los goces de Europa”

Más sudado que media de mormón, regresé triunfal; limones en mano cual tesoro perdido. Celebrando el rescate del chifrijo y el ceviche, nos pusimos a afinar los últimos detalles. De la mano de Malpaís en los parlantes, nos echamos un discurso sobre como “yo no envidio los goces de Europa” (aunque sí un poco lo de Nueva Zelanda), para luego entrarle con voracidad al que estoy seguro se convirtió en el primer chifrijo cocinada en territorio kiwi. Atónitos, franceses, australianos e ingleses parecían adictos a la oferta culinaria tica que les acariciaba los paladares como un amor de verano exótico.

Recuerdo ver a Eric, cirujano francés que no había dicho más de tres palabras en todo el viaje; irse en un viaje transdimencional igualitico al del crítico culinario de “Ratatouille”. Cuando volvió en sí dijo: “Magnifique”, antes de prácticamente chupar el plato. Pero aquello apenas comenzaba, tres shots de ‘chiliguarron’ más tarde y el grupo entero estaba meneándola al son de “Jugo de Piña”, intentando fallidamente imitar el sabor de Ana Javi, encargada de amenizar el bailongo. Cuando nos dimos cuanto extraño había en un radio de 200mts presenciaba el show con curiosidad, más de uno tirándose a pista, repellando fantasmas de su traumático pasado en la pista de baile. 

Y entonces recuerdo separarme un poco del asunto, olerme las manos a limón y cebolla, y en la isla más lejana del mundo y sentirme más patriótico que nunca. Recuerdo apreciar lo lindo y lo feo, lo esperanzador y lo frustrante que significa ser tico. Pero sobretodo, la conciencia que este asunto de nacionalidades y fronteras, no es más que un invento para darnos identidad; y que al final la vida es un baile llenos de contrastes…algo así como un chifrijo en Nueva Zelanda.